lunes, 27 de julio de 2009

Imaginar

Una y otra vez repetía la misma frase, como un loco, como lo que era.
Una y otra vez volvía sobre lo mismo, repetía la misma frase.
Una y otra vez, repetía la misma frase, agitado de subir y bajar la pala.
Una y otra vez, repetía la misma frase, mientras la pala se desplazaba desde encima de su cabeza a la cabeza de ella, una y otra vez.
Te lo dije! y volvía a repetir como si la cabeza aplastada, luego de que la pala que se agitaba de arriba a abajo no hubiese causado el daño necesario, el que permitiera que lo entendiera.
Te lo dije, te lo dije, te lo dije...
El piso de la cocina ya no se veía bajo las botas, que comenzaban a mancharse de sangre, te lo dije, repetía la misma frase, cuando callo y cayo, encima de la sangre que se hacia cada vez mas espesa.
El fuego del brasero se reflejaba en la sangre, que tomaba un color rubí intenso.
Quedaron dormidos uno al lado del otro. El agotado de llevar la pala desde arriba hacia abajo, repitiendo mil veces y mil golpes las misma frase.
Despertó con el frío del invierno en los huesos y el pegote de la sangre espesa y viscosa en las manos, la cara, la ropa, las botas. Verla allí, inmóvil, sin vida, la cabeza destrozada, no le provoco nada o si algo hizo no podría describirlo. Sabia exactamente lo que había sucedido, pero no podía explicarlo.
Se levanto y miro la escena desde otra perspectiva, el cuadro era terrible desde otro ángulo y vomito encima de la sangre viscosa y color rubí. Se metió en la ducha vestido, primero abrió el agua fría, que por el invierno parecía helada y dejo sentir en su piel las mil agujas que se clavaban, hasta que comenzó a tiritar. Ahora agua caliente, esta permitía que la sangre viscosa y de color rubí escurriera entre sus manos, las mismas que llevaban en la memoria la pala sostenida mil veces cubriendo la ruta desde encima de sus hombros hasta la cabeza de ella.
Se fue desnudando de a poco, sin pensar, ya no se permitiría tal acción. Costaba despegar la sangre de las manos, se quería quedar en los surcos de las huellas, los caminos de la memoria. Tomo un cepillo, obsesionado con borrar la sangre viscosa y color rubí de sus huellas, su memoria, aunque fuera inútil.
Volvió al lado del fogón, fresco por el baño, observo nuevamente la escena, esta vez no vomito.
Preparo un mate, faltaba una hora para entrar a trabajar. Cebo mate, sin pensar, ya no se permitiría tal acción o quizás por mas que se lo propusiera, no podría pensar ni que estaba sucediendo, que había sucedido y que iba a suceder.
Desayuno. Se vistió y se fue al trabajo.
Camino las diez cuadras que lo llevaban a la parada del ómnibus, no se cruzo con nadie. En la parada estaban los mismos de todos los días. La mujer demasiado vieja para trabajar y demasiado gorda para subir al 163, el tipo retardado al que alguien le había dado un trabajo aunque tuviera esa mirada estúpida detrás de los lentes culo de botella. Subió al 163 y se bajo. Cuando marco la entrada a las 06:50 su huella quedó en la tarjeta con un contorno viscoso y color rubí, pero nadie lo noto.
Paso el día anormal, como todos, soporto las bromas y hasta rió solo en un carcajada ahogada y solitaria que provoco la mirada extraña de los demás. Soporto la falsedad diaria de aquel campo de concentración que solo le servia para sobrevivir y se fue.
Bajo del 163 y camino las diez cuadras que lo llevaban a su casa. Abrió, colgó el abrigo, camino hasta el fogón, observo la escena y permaneció algunos minutos, sin pensar.
Tomo un bolsa de supermercado y le tapo la cabeza, intentando que no saliera mas sangre, pero no salía. Corrió el cuerpo rígido hacia un costado. Comenzó a limpiar, el charco viscoso de color rubí se diluía y expandía, cada vez menos espeso y menos intenso.
Encendió el fogón, se calentó las manos, la casa era fría y el invierno demasiado duro.
Sonó el teléfono un par de veces, no respondió, no sabia que decir, no podía pensar, no se lo permitía. Cada tanto miraba a un lado, el cuerpo hinchado, sin rostro, con rostro blanco de nylon, las manos semi cerradas, semi apretadas. Volvía la mirada sobre el fuego, era lo mismo mirar a un lado que al otro, nada tenia sentido.
Luego de cenar se acostó.
El olor a podrido no le permitía disfrutar del mate, por lo que dejo el desayuno y se fue a trabajar.
Esta vez hizo un esfuerzo real por pensar que hacer con el cuerpo. Las horas pasaron frente al monitor en blanco. Camino las diez cuadras desde la parada a su casa, llego no se quito el abrigo. Fue hasta el fogón, tomo el cuerpo hinchado y asqueroso, lo arrastro al fondo y lo tapo de leña hasta que dejo de verlo. Entro y prendió el fuego, sin quitarse el abrigo calentó las manos.
No ceno y se acostó.
Se levanto, preparo el mate y desayuno, el olor adentro ya no era fuerte.
Se puso el abrigo y salio.
Ese invierno agoto toda su leña y al terminar agoto todos sus fantasmas, sin pensar, mas.

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