domingo, 23 de enero de 2011

No puedes escribir una historia de amor. (Bukowski)

Margie iba a salir con este tío pero cuando salían el tío se encontró con otro tío vestido con un abrigo de cuero y el tío del abrigo de cuero abrió el abrigo de cuero y le enseñó al otro tío sus tetas y el otro tío se dirigió a Margie y le dijo que no podía mantener su cita porque el tío del abrigo de cuero le había enseñado las tetas y tenía que ir a follarse a ese tío. Así que Margie se fue a ver a Carl. Carl estaba en su casa, y Margie se sentó y le dijo:
-Este tío iba a llevarme a la terraza de un café, íbamos a beber algo de vino y a hablar, sólo beber vino y hablar, nada más, pero en en camino este tío se encontró a otro tío con un abrigo de cuero, y el tío del abrigo de cuero le enseñó sus tetas al otro tío y ahora este tío se ha ido a follar con el tío del abrigo de cuero, así que me quedé sin mesa, sin vino y sin charla.
-No puedo escribir nada -dijo Carl-. He perdido la inspiración.
Entonces se levantó y se fue al baño, cerró la puerta, y se puso a cagar. Carl echaba cuatro o cinco cagadas al día. No tenía otra cosa que hacer. Se bañaba cuatro o cinco veces al día. No tenía otra cosa que hacer. Se emborrachaba por la misma razón.
Margie oyó el ruido de la cadena del retrete. Carl salió.
-Ocurre simplemente que un hombre no puede escribir ocho horas al día. Ni siquiera puede escribir todos los días, ni todas las semanas. Agota su mente, es una desesperación fija. Ahora no puedo hacer otra cosa que esperar.
Carl se fue hacia el frigorífico y salió con un paquete de seis cervezas. Abrió un botellín.
-Soy el escritor más grande del mundo -dijo-. ¿Sabes lo difícil que resulta?
Margie no contestó.
-Puedo sentir cómo el dolor se arrastra por todo mi ser. Igual que una segunda piel. Me gustaría poder cambiar de piel como las serpientes.
-Bueno, por qué no te revuelcas en la alfombra y tratas de desprendértela?
-Escucha -preguntó él-. ¿Dónde te conocí?
-En la tienda de legumbres de Barney.
-Bueno, eso lo explica un poco. Tómate una cerveza.
Carl abrió una botella y se la pasó.
-Ya -dijo Margie-, ya sé. Necesitas tu soledad. Necesitas estar solo. Excepto cuando necesitas algo, excepto cuando cortamos de una vez y entonces te sientes perdido y en seguida te pones a llamar por teléfono diciéndome que me necesitas, que te estás muriendo de la resaca. Eres débil y te rajas rápido.
-Sí, me debilito rápido.
-Y eres tan estúpido conmigo, nunca te pones caliente. Vosotros los escritores sois tan... delicados... No podéis soportar a la gente. La humanidad hiede, ¿cierto?
-Cierto.
-Pero cada vez que cortamos empiezas a dar fiestas gigantescas de cuatro días. Y de repente te vuelves ingenioso. ¡Empiezas a hablar! De repente estás lleno de vida, hablando, bailando, cantando. Bailas en la mesita de café, lanzas botellas por la ventana, interpretas fragmentos de Shakespeare. De repente estás vivo, cuando yo me voy. ¡Oh, me han contado cosas acerca de esto!
-No me gustan las fiestas. Me disgusta especialmente la gente en las fiestas.
-Pues para ser un tío al que no le gustan las fiestas, celebras unas cuantas.
-Escucha, Margie, no entiendes. Ya no puedo escribir. Estoy acabado. En algún lugar torcí el rumbo. En algún lugar morí en medio de la noche.
-De la única manera en que te vas a morir es de una de tus monumentales resacas.
-Jeffers dijo que incluso los hombre más fuertes pueden quedar atrapados.
-¿Quién fue Jeffers?
-Fue el tío que convirtió el Gran Sur en una trampa para turistas.
-¿Qué vas a hacer esta noche?
-Iba a irme a escuchar las canciones de Rachmaminoff.
-¿Quién es ese?
-Un ruso muerto.
-Mírate. Te quedas ahí sentado como un idiota.
-Estoy esperando. Algunos tíos aguardan dos años. A veces la inspiración no vuelve nunca.
-Supón que no te vuelve nunca.
-Entonces me pondría mis zapatos y bajaría andando por Main Street.
-¿Por qué no te buscas un trabajo decente?
-No hay ningún trabajo decente. Si un escritor abandona la creación, está muerto.
-¡Oh, vamos, Carl! Hay millones de personas en el mundo que no trabajan en la creación. Quieres decir que están muertas?
-Sí.
-¿Y tú tienes alma? ¿Eres de los pocos con alma?
-Podría decirse que sí.
-¡Podría decirse que sí! Tú y tu miserable maquinita de escribir! Tú y tus cheques enanos! Mi abuela gana más dinero que tú!
Carl abrió otra botella de cerveza.
-¡Cerveza! ¡Cerveza! ¡Tú y tu condenada cerveza! Está presente incluso en tus historias: < Marty cogió su cerveza. Al levantar su mirada, vio a una magnífica rubia entrar en el bar y sentarse a su lado... > Tienes razón. Estás acabado. Tu material es limitado, muy limitado. No puedes escribir una historia de amor, ni siquiera puedes escribir una decente historia de amor.
-Tienes razón, Margie.
-Si un hombre no puede escribir una historia de amor, es un inútil.
-¿Cuántas has escrito tú?
-Yo no pretendo ser escritora.
-Pero -dijo Carl-, pareces tomar una pose de estúpido crítico literario.
Margie se fue pronto después de eso. Carl se sentó y bebió el resto de las cervezas. Era verdad, la literatura le había abandonado. Esto haría felices a sus enemigos de las catacumbas. Podrían subir un jodido escalón. La muerte les complacía, tanto a subterráneos como a escritores con éxito. Recordaba a Endicott, sentado allí y diciendo: .
Sonó el teléfono. Carl lo cogió.
-¿Señor Gantling?
-¿Sí? -contestó.
-Quisiéramos saber si a usted le gustaría venir a dar una lectura en el Fairmont College.
-Bueno, sí. ¿Para qué fecha?
-El treinta del mes próximo.
-No creo tener nada que hacer para entonces.
-Nuestra paga usual son cien dólares.
-Me suelen dar ciento cincuenta. Ginsberg cobra mil.
-Pero es Ginsberg. Sólo podemos ofrecerle cien dólares.
-De acuerdo.
-Muy bien, señor Gantling. Le mandaremos los detalles.
-¿Qué me dice del viaje? Son varias horas de carretera.
-De acuerdo, veinticinco dólares por el viaje.
-O.K.
-¿Le gustaría hablar a los estudiantes en sus clases?
-No.
-Hay un almuerzo gratis.
-Entonces sí.
-Muy bien señor Gantling, estaremos por el campus esperándole.
-Adiós.
Carl dio una vueltas por la habitación. Miró la máquina de escribir. Puso una cuartilla de papel en el rodillo, se asomó a la ventana y vio pasar a una chica con una minifalda increíblemente corta. Empezó a escribir.
Carl cogió su cerveza. Era agradable volver a escribir de nuevo.

lunes, 10 de enero de 2011

Roncaderas.

Existen ciertos códigos entre los pescadores realmente detestables y que claramente no colaboran a la integración del público en general a una actividad que entiendo debería ser accesible para todos. A pesar de ser conciente de que mi caña es demasiado pequeña para la pesca de costa, que compre nylon (esto es tanza, pero es de buen pescador llamarle nylon) demasiado grueso, que el reel que me prestaron parece ser un clásico sólo para entendidos y que mi sobrino de once años me dice que el problema no es el equipo sino el pescador, no soporto la mirada de los que me gustaría fueran mis colegas ante determinados problemas que me acontecen a la hora de intentar sustraer de las aguas, alguna corvina o por lo menos alguna roncadera.
Como en muchas otras actividades que me interesan apelo a la metodología de la observación para aprender los movimientos fundamentales que debe hacer  un pescador para iniciar la actividad, por lo que una vez en la playa, realizo extensas caminatas hacia las puntas rocosas donde los pescadores eligen hacer sus lances. Claramente es la zona donde hay pique por que sin mediar palabra, ellos llegan caña y balde en mano y manteniendo una distancia mínima de dos metros y máxima de tres, se instalan a un lado del pescador que ya se encuentra allí y con la mejor cara de poker o mejor dicho de pesca, comienzan a preparar el equipo. Primero cortan la carnada, que generalmente puede ser camarón, mejillón o otro pescado, esto lo pregunte en la pescadería ya que al intentar acercame a uno que otro pescador solo recibí miradas frías y caras de "si no sabe jódase", por lo que en ese caso decidí ir a la fuente. Tras colocar la carnada en el anzuelo y atarla,  dependiendo de las condiciones del mar es necesario elegir el peso de la plomada que se colocará, esto nos ayudara tanto en el alcance del lance, como a que la plomada resista los embates de la marea y se mantenga donde el pescador desea, esto último tampoco lo aprendí de los pescadores  ya que como mencione anteriormente no son personas a las cuales les guste transmitir sus conociemientos, directamente fui a la fuente y le consulte  a mi gran amigo google.  Con esto listo uno puede realizar el lance, para eso camina hasta la orilla, permitiendo que el agua alcance apenas los tobillos, mira hacia sus alrededores de manera de no enganchar el ojo de algún transeunte distraído de la actividad pesquera al cual se le ocurra pasar por detras de la caña, ya que este acto sería como traspasar la línea de fuego en un polígono de tiro y ademas entorpecería el lance, lo cual lo haría ganador por lo menos de una linda puteada. Ademas es importante que en esa mirada se realice una mirada al resto de los pescadores, que sin duda disimuladamente estarán observando el lance, ya sea para criticarlo o admirarlo en un silencio absoluto. De ahí en mas a esperar que algún pez con la subliminal intención de pasar a ser pescado se acerque hambriento a un pedazo de camarón atado a un anzuelo que lo apresara a la línea a fin de ser sustraído de su mojado mundo marino.  Varios días de minuciosa observacion de estos personajes costeros me hicieron creer que me encontraba en condiciones de al menos hacer un papel medianamente digno en mi transformacion estival a pescador de costa. Tome mi caña, mi valija con articulos de pesca, necesarios para asegurar cualquier imprevisto (una caja de anzuelos, varias plomadas, hilo, carnada, cuchillo, linterna, etc.) y a mi sobrino, un testigo que pudiera ayudar a escribir mis loas de gran pescador de la costa, donde se me mencionara como el hombre de pesca que al veranear solo comía los que conseguía sacar del mar, donde pasaba las primeras horas de la mañana y las últimas de la tarde en procura de alimento, tal como me habían hecho creer en mi adolscencia algunos personajes que prefiero no mencionar, ¿ por que a veces uno no dudará de lo que le dicen los adultos?. En fin, partimos hacia la costa, nos arrimamos lo mas que pudimos al último pescador de la línea costera, comenzando desde las rocas,hacía el centro de la bahía, a pesar de la mirada grosera dirigida por éste último, no logro que nos colocaramos a más de diez metro de él. Preparamos el equipo, atamos la carnada de forma de asegurarnos que no se fuera a escapar, incluso a costa de experimentar mas de una vez la aguda punta del anzuelo en las yemas de los dedos  (quizás por esto los pescadores son tipos tan jodidos). Pusimos una plomada acorde a lo que decía internet y nos dispusimos a lanzar. En este punto debimos realizar un cambio a la metodología observada, ya que como lo mencionamos anteriormente la caña con la que contamos es un metro mas pequeña que lo indicado para la pesca de costa. Esto significa que para alcanzar la distancia deseada o aproximarse lo mas posible a ella, es necesario introducirse en el mar mas alla de los tobillos y practicamente mas alla de la cintura, quizás hasta la altura del pecho, en una maniobra sumamente valerosa, manteniendo el equilibrio, aguantando el frío y por sobre todo con la mirada cuestionadora del resto de los presentes, donde claramente puede leerse " no podra". El hecho es que realmente no pude y no solo perdí el equilibrio mojandome completamente, sino que tambien provoque lo que en el lunfardo pesquero se conoce como "galleta", que no es mas que un terrible enredo del nylon, el cual puede llevar algunas horas desenredar.  Por suerte mi sobrino y en este momento silencioso testigo me ayudo a solucionar el problema, ya que  ninguno de los pescadores que nos escoltaban tanto a diestra y siniestra fue capaz de ayudar o decirnos como evitar tan bochornoso episodio, de hecho esto de la galleta se repitio un par de veces mas, solucionandolo en completa soledad junto a mi ayudante. Entendimos que la causa del problema podría ser el uso de una plomada demasiado liviana, por lo que decidimos cambiarla por una que la doblaba en peso. Esta vez no sufrimos la vergonzosa "engalletada", en cambio el sobrepeso en la plomada provoco que la línea se cortara y perdiéramos varios metros de línea junto a la plomada, el anzuelo y la carnada. El rumor del mar podía transmitir de forma casi impersceptible las burlonas sonrisas de nuestros ya casi declardos enemigos de pesca. Mi sobrino intento abandonar la actividad y volverse a la casa, en ese momento ensaye un valiente discurso acerca de como encarar las situaciones complejas de la vida, a no tirar la toalla y enfrentar con firmeza los intrincados caminos y pruebas que este mundo nos obliga a transitar y así hacer frente al egoísmo, la falta de solidaridad y la clara actitud fascista que el hóstil entorno pesquero nos estaba ofreciendo en aquella tarde de verano. Mi sobrino se fué. Abnegadamente preparé una vez mas el equipo, esta vez con la clara actitud de quien a sufrido un tropezón y se levanta con mayor fuerza de la que provocó la caída, realice un lance medianamente aceptable. Tenía la conviccion de no sacar ese anzuelo del agua sin un pescado que lo estuviera mordiendo,con las últimas luces del crepúsculo, ya con pocos pescadores en la playa y con el frío que se empezaba a sentir, clave la caña como hacen los que saben y comence a recoger la línea, Neptuno me recompensó con un especimen de roncadera de no mas de quince centímetros, pero me recompensó. Volví con aire triunfalista, desaciendo el camino hasta la casa con mi trofeo a cuestas. Esa noche cené roncadera a la plancha, sólo ya que en mi casa a nadie le gusta el pescado.

El Sacerdote de William Faulkner


Había casi terminado sus estudios eclesiásticos. Mañana sería ordenado, mañana alcanzaría la unión completa y mística con el Señor que apasionadamente había deseado. Durante su estudiosa juventud había sido aleccionado para esperarla día tras día; él había tenido la esperanza de alcanzarla a través de la confesión, a través de la charla con aquellos que parecían haberla alcanzado; mediante una vida de expiación y de negación de sí mismo hasta que los fuegos terrenales que lo atormentaban se extinguieran con el tiempo. Deseaba apasionadamente la mitigación y cesación del hambre y de los apetitos de su sangre y de su carne, los cuales, según le habían enseñado, eran perniciosos: esperaba algo como el sueño, un estado que habría de alcanzar y en el cual las voces de su sangre serían aquietadas. O, mejor aún, domeñadas. Que, cuando menos, no lo conturbaran más; un plano elevado en el que las voces se perderían, sonarían cada vez más débiles y pronto no serían sino un eco carente de sentido entre los desfiladeros y las cumbres mayestáticas de la Gloria de Dios.

Pero no lo había alcanzado. En el seminario, tras una charla con un sacerdote, solía volver a su dormitorio en un éxtasis espiritual, un estado emocional en el cual su cuerpo no era sino un letrero con un mensaje llameante que habría de agitar el mundo. Y veía aliviadas sus dudas; no albergaba duda ni tampoco pensamiento. La finalidad de la vida estaba clara: sufrir, utilizar la sangre y los huesos y la carne como medios para alcanzar la gloria eterna, algo magnífico y asombroso, siempre que se olvide que fue la historia y no la época quien creó los Savonarola y los Thomas Becket. Ser de los elegidos, pese a las hambres y las roeduras de la carne, alcanzar la unión espiritual con el Infinito, morir, ¿cómo podía compararse con esto el placer físico anhelado por su sangre?

Pero, una vez entre sus compañeros seminaristas, ¡cuán pronto olvidaba todo aquello! Los puntos de vista y la insensibilidad de sus condiscípulos eran un enigma para él. ¿Cómo podía alguien a un tiempo pertenecer y no pertenecer al mundo? Y la pavorosa duda de que acaso se estaba perdiendo algo, de que acaso, después de todo, fuera cierto que la vida se limitaba sólo a lo que uno pudiera obtener en los breves setenta años que al hombre caben. ¿Quién lo sabía? ¿Quién podía saberlo? Existía el cardenal Bembo, que vivió en Italia en una era semejante a plata, semejante a una flor imperecedera, y que creó un culto al amor más allá de la carne, esquilmado de las torturas de la carne. Pero ¿no sería esto sino una excusa, sino un paliativo a los terribles miedos y dudas? ¿No era la vida de aquel hombre apasionado y hacía tanto tiempo muerto semejante a la suya; un tejido de miedo y duda y una apasionada persecución de algo bello y excelso? Sólo que algo bello y excelso significaba para él no una Virgen sosegada por el dolor y fijada como una bendición vigilante en el cielo del oeste, sino una criatura joven y esbelta e indefensa y (en cierto modo) herida, que había sido sorprendida por la vida y utilizada y torturada; una pequeña criatura de marfil despojada de su primogénito, que alza los brazos vanamente en la tarde que declina. Para decirlo de otro modo, una mujer, con todo lo que en una mujer hay de apasionada persecución del hoy, del instante mismo; pues sabe que el mañana tal vez no llegue nunca y que sólo el hoy importa, porque el hoy es suyo. Se ha tomado una niña y se ha hecho de ella el símbolo de los viejos pesares del hombre, pensó, y también yo soy un niño despojado de su niñez.

La tarde era como una mano alzada hacia el oeste; cayó la noche, y la luna nueva se deslizó como un barco de plata por un verde mar. Se sentó sobre su catre y se quedó mirando hacia el exterior, mientras las voces de sus compañeros se iban mitigando a su pesar con la magia del crepúsculo. El mundo sonaba afuera, y se eclipsaba; tranvías y taxímetros y peatones. Sus compañeros hablaban de mujeres, de amor, y él se dijo a sí mismo: ¿Pueden estos hombres llegar a ser sacerdotes y vivir en la abnegación y en la ayuda a la humanidad? Sabía que podían, y que lo harían, lo cual era más duro. Y recordó las palabras del padre Gianotti, con quien no estaba de acuerdo:

—A través de la historia el hombre ha fomentado y creado circunstancias sobre las que no tiene control. Y lo único que podrá hacer es dar forma a las velas con las que capeará el temporal que él mismo ha provocado. Y recuerden: la única cosa que no cambia es la risa. El hombre siembra, y recoge siempre tragedia; pone en la tierra semillas que valora en mucho, que son él mismo, ¿y cuál es su cosecha? Algo acerca de lo cual no ha podido aprender nada, algo que lo supera. El hombre sabio es aquel que sabe retirarse del mundo, cualquiera que sea su vocación, y reír. Si tienes dinero, gástalo: ya no tienes dinero. Sólo la risa se renueva a sí misma como la copa de vino de la fábula.

Pero la humanidad vive en un mundo de ilusión, utiliza sus insignificantes poderes para crear en torno un lugar extraño y estrafalario. Lo hacía también él mismo, con sus afirmaciones religiosas, al igual que sus compañeros con su charla eterna sobre mujeres. Y se preguntó cuántos sacerdotes de vida casta y dedicados a aliviar el sufrimiento humano serían vírgenes, y si el hecho de la virginidad supondría alguna diferencia. Sin duda sus compañeros no eran castos; nadie que no haya tenido relación con mujeres puede hablar de ellas tan familiarmente; y sin embargo, llegarían a ser buenos sacerdotes. Era como si el hombre recibiera ciertos impulsos y deseos sin ser consultado por el autor de la donación, y el satisfacerlos o no dependiera exclusivamente de él mismo. Pero él no era capaz de decidir en tal sentido; no podía creer que los impulsos sexuales pudieran desbaratar la filosofía global de un hombre, y que sin embargo pudieran ser aquietados de ese modo. "¿Qué es lo que quieres?", se preguntó. No lo sabía: no era tanto el deseo particular de alguna cosa cuanto el temor de perder la vida y su sentido por culpa de una frase, de unas palabras vacías, sin ningún significado. "Ciertamente, en razón de mi ministerio, deberías saber cuán poco significan las palabras".

¿Y en caso de que hubiera algo latente, alguna respuesta al enigma del hombre al alcance de la mano pero que él no pudiera ver? "El hombre desea pocas cosas aquí abajo", pensó. ¡Pero perder lo poco que tiene!

El pasear por las calles no hizo que viera más claro su problema. Las calles estaban llenas de mujeres: chicas que volvían del trabajo; sus cuerpos jóvenes y airosos se hacían símbolos de gracia y de belleza, de impulsos anteriores al cristianismo. "¿Cuántas de ellas tendrán amantes? —se preguntó—. Mañana me mortificaré, haré penitencia por esto mediante la oración y el sacrificio, pero ahora abrigaré estos pensamientos en los que ha tanto tiempo he deseado pensar".

Había chicas por doquier; sus delgadas ropas daban forma a su paso en la Calle Canal. Chicas que iban a casa para almorzar —el pensamiento de la comida entre sus dientes blancos, de su placer físico al masticar y digerir los alimentos, encendió todo su ser—, para fregar en la cocina; chicas que iban a vestirse y a salir a bailar en medio de sensuales saxofones y baterías y luces de colores, que mientras duraba la juventud tomaban la vida como un cóctel de una bandeja de plata; chicas que se sentaban en casa y leían libros y soñaban con amantes a lomos de caballos con arreos de plata.

"¿Es juventud lo que quiero? ¿Es la juventud que hay en mí y que clama hacia la juventud en otros seres lo que me conturba? Entonces, ¿por qué no me satisface el ejercicio, la contienda física con otros jóvenes de mi sexo? ¿O es la Mujer, el femenino sin nombre? ¿Habrá de venirse abajo en este punto toda mi filosofía? Si uno ha venido al mundo a padecer tales compulsiones, ¿dónde está mi Iglesia, dónde esa mística unión que me ha sido prometida? ¿Y qué es lo que debo hacer: obedecer estos impulsos y pecar, o reprimirlos y verme torturado para siempre por el temor de que en cierto modo he desperdiciado mi vida en aras de la abnegación?".

"Purificaré mi alma", se dijo. La vida es más que eso, la salvación es más que eso. Pero oh, Dios, oh, Dios, ¡la juventud está tan presente en el mundo! Está por doquiera en los jóvenes cuerpos de chicas embotadas por el trabajo, sobre máquinas de escribir o tras mostradores de tiendas, de chicas al fin evadidas y libres que exigen la herencia de la juventud, que hacen subir sus ágiles y suaves cuerpos a los tranvías, cada una con quién sabe qué sueño. "Salvo que el hoy es el hoy, y que vale mil mañanas y mil ayeres", exclamó.

"Oh, Dios, oh, Dios. ¡Si al menos fuera ya mañana! Entonces, seguramente, cuando haya sido ordenado y me convierta en un siervo de Dios, hallaré consuelo. Entonces sabré cómo dominar estas voces que hay en mi sangre. Oh, Dios, oh, Dios, ¡si al menos fuera ya Mañana!"

En la esquina había una expendeduría de tabaco: había hombres comprando, hombres que habían finalizado su jornada de trabajo y volvían a sus casas, donde les esperaban suculentas comidas, esposas, hijos; o a cuartos de soltero para prepararse y acudir a citas con prometidas o amantes; siempre mujeres. Y yo, también, soy un hombre: siento como ellos; yo, también, respondería a blandas compulsiones.

Dejó la Calle Canal; dejó los parpadeantes anuncios eléctricos que habrían de llenar y vaciar el crepúsculo, inexistentes a sus ojos y por lo tanto sin luz, lo mismo que los árboles son verdes únicamente cuando son mirados. Las luces llamearon y soñaron en la calle húmeda, los ágiles cuerpos de las chicas dieron forma a su apresuramiento hacia la comida y la diversión y el amor; todo quedaba a su espalda ahora; delante de él, a lo lejos, la aguja de una iglesia se alzaba como una plegaria articulada y detenida contra la noche. Y sus pisadas dijeron: "¡Mañana! ¡Mañana!".

Ave María, deam gratiam... torre de marfil, rosa del Líbano...

domingo, 9 de enero de 2011

Homenaje a Cataluña


"Nunca respondas a un necio conforme a su necedad, para no hacerte como él. Responde al necio según su necedad, para que no se tenga por sabio". Proverbios xxvl, 4-5.

Este proverbio se encuentra una página antes de iniciar el relato acerca del viaje a la España republicana, realizado por Eric Arthur Blair, con la intención periodistica de transmitir lo que estaba sucediendo en la península ibérica desde el levantamiento franquista del 18 de julio de 1936 y que diera comienzo a la guerra civil en ese país. En la página siguiente, Blair, transformado en su seudónimo (tiempo después mas célebre) George Orwell, nos relatará su visión, advertida durante todo el relato de subjetiva, sobre los hechos que se sucedieron durante su estadía tanto en las trincheras del frente Aragonés como en las calles de Barcelona en los días de mayo.
Para 1936 George Orwell, era un hombre totalmente comprometido con sus ideales. Sus relatos eran acerca de sus vivencias tanto en India como Birmania y en la medida en que su caracter e ideas se formaban, se veian transmitidas en sus escritos, el gusto por el socialismo, los trabajadores, la necesidad de mejorar la vida de la clase trabajadora y de luchar por un lugar mas igualitario. Es así que en diciembre, solo cinco meses despúes de que Franco se decidiera a terminar con el gobierno de la República, Orwell decide viajar a Barcelona para cubrir los acontecimientos. Al llegar se sorprende y embriaga por la atmósfera del lugar, donde uno no podía diferenciar las clases sociales, los lugares de trabajo eran controlados por sus trabajadores, desde los tranvías hasta los lustra botas eran autogestionados y no se aceptaban mas propinas, ni se ejercía la prostitución. El ambiente no lo lleva a dejar la pluma, pero si a alistarse para pelear por lo que a simple vista parecía un cambio justo y real de la sociedad capitalista a la que el tanto criticaba. Alistado en el P.O.U.M. Partido Obrero de Unificación Marxista, viaja al frente aragonés donde lleva la interna misión de matar a un fascista. Entre la ansiedad de entrar en combate y el crudo invierno pasado en una trinchera, Orwell logra transmitir la crudeza y lo absurdo de la guerra, aunque esta se diera por una digna y real transformación de la sociedad (según Noam Chomsky, el único ejemplo de socialismo libertario se dío en la España revolucioaria).
Pero ademas de ser un relato de guerra desde el frente y con quien escribe empuñando un fúsil y con la clara intención de defender al socialismo del fascismo, es también una fuente directa de información acerca de la dificíl interna política que enfrentaba en la retaguardia la República, donde el partido comunista junto a los socialistas poco a poco ganaban terreno en Cataluña con la intencion de quitar del camino a las milicias anarquistas y del P.O.U.M., quienes por intermedio del control obrero manejaban puntos estratégicos de las industrias catalanas. En esta parte podemos encontrar a un Orwell mas ingenuo, miembro del partido laborista inglés, cuando intenta tomar la punta de la madeja política, plagada de intrigas y lugares comunes que solo los acontecimientos historicos harán visibles. Esto lo hara recorrer un camino de traición a la revolución por parte de algunos partidos y que sin duda marcará su pensamiento político de ahí en mas y que vertira en las letras a lo largo de su literatura. Escribiendo con una nobleza intelecctual, que en ningun momento lo hara dejar de lado su intencion de relatar los hechos tal cual los vivió, subjetivamente, luchando en el frente, luchando en las calles de Barcelona contra quienes eran sus pares en la trinchera, siendo herido y perseguido por los traidores a la verdadera Revolución.

Considerado por algunos el mejor libro de Orwell, debo reconocer que conocí a este ingles nacido en la India, por su novela Rebelión en la Granja, donde de manera satírica, clara y concreta el escritor muestra su visión acerca del estalinismo y como a su entender, éste tiro por la borda todas las esperanzas que se podían tener acerca del socialismo real, haciendo totalmente responsable de este fracaso a Stalin, interpretado en la genial sátira por el cerdo Napoleón, quien una vez en el poder se encargará de dividir a los animales de manera de quedar sólo con el control de la granja. La facilidad de lectura que da la sátira no empaña en lo mas mínimo la inteción de denuncia del relato que se mantiene con plena vigencia. Por lo tanto decidí saber un poco mas acerca de este escritor que luego de abandonar la Policia Imperial India en Birmania y trasladarse a Londres, comienza a escribir una serie de relatos en los que cuenta sus vivencias y demuestra un desprecio por el imperialismo de su país. Cambia su nombre en 1933 por el de George Orwell, según algunas fuentes toma este seudónimo por San Jorge, santo patrón de Inglaterra y Orwell por el nombre del río que visitaba cuando niño. Junto a este cambio publica lo que parece ser su primera obra importante, Sin Blanca en París y Londres, donde relata varios años de indigencia realizando trabajos de todo tipo. Cuatro años despúes se consagra con su Homenaje a Cataluña. Durante la segunda guerra mundial escribe la mencionada Rebelión en la granja, que al parecer nadie quería publicar por miedo a entrometerse con un aliado tan importante como lo era la URSS en ese momento. Su última gran obra es 1984, donde introduce el concepto de "Gran Hermano" al relatar la historia de una opresora dictadura en un futuro no tan lejano y donde todo es controlado, esta última aún no la he leído, pero aseguro que será mi próxima lectura en este frenesí orweliano.