lunes, 15 de noviembre de 2010

El hombre de al lado


Sabido es que no existe la familia perfecta, ni el vecino ideal. Así y todo uno se empeña en intentar, tener una familia unida, ayudar a sus hermanos, padres e hijos (quienes los tienen) incluso meterse en su vida si uno entiende que es por el bien de ellos o no hacerlo por la misma y estúpida razón. La vida con los vecinos no varía demasiado si creemos que los primeros pueden llegar a ser nuestros vecinos de la vida, personas a las que creemos conocer, pero con las cuales seguramente nos separen más muros de los que nos unen. El asunto con los vecinos de puerta, de barrio, es que no nos une nada sanguíneo, es decir los sentimientos son lisos y llanos, los tenemos si queremos, ya sea porque nos simpatizan, son hinchas del mismo cuadro que nosotros o simplemente nos gusta el culo de su mujer y si no queremos nos les damos pelota, no los saludamos a la mañana y no hacemos que nuestro perro cague en la mismísima puerta de su casa, pero si lo hace nos hacemos los que no nos dimos cuenta y así todo sigue como siempre, como su ni hubiera pasado nada.

El hombre de al lado, película argentina de los mismos directores de El Artista (Duprat-Cohn) nos presenta la historia de histeria entre dos vecinos, entre ricos y clase media, cool y grasa, bueno y malo. Leonardo es un tipo exitoso y muy moderno, con un estilo snob que por momentos exaspera, parece que diseño una silla y eso alcanzo para que su genialidad en el diseño llamara la atención de todo el ambiente que no se cansa de adularlo, da clases y además se da el lujo de vivir en una casa que según parece es única. En este detalle los directores también dejan entrever su palo y dan por sentado que quien vea su película tiene que conocer necesariamente sobre diseño y arquitectura, (aunque esto sea gracias al hermano arquitecto y guionista de uno de los directores, que también colaboro en su opera prima) ya que el lugar donde prácticamente se desarrolla toda la acción es la Casa Curuchet, única construcción del famoso arquitecto suizo-francés Le Corbusier, por lo tanto sumemos a toda la atención que tiene el famoso diseñador unos cuantos estudiantes y alguna que otra vieja impertinente intentando tomar fotos e ingresar a su casa, como si se tratase de un museo. Fuera de la nube de éxito que rodea la cabeza llena de simples diseños de Leonardo, aparece Víctor (un Daniel Araoz totalmente desconocido, bien lejos del que conocemos haciendo chistes en lo de Susana). Víctor esta remodelando la casa donde vivió toda su vida y decide ganar luz en la pared lindera con la Casa Curuchet, casa que por mas nombre rimbombante y arquitecto famoso que la diseñara no significa demasiado para él, excepto que su excéntrico vecino no está de acuerdo con la idea de una ventana que viole su intimidad y la de su familia. Victor es un tipo común, parece que vende autos, parece que le gusta cazar, parece que le gustan las minas, lo boliches y hasta el arte, aunque en un concepto totalmente antagónico al de su vecino. Victor intentara convencer a toda costa a Leonardo, incluso intentara ganar un amigo, con tal de que éste le regale unos rayitos de sol para su casa. Con la ventana como disparador, todos somos invitados a chusmear de cierta manera por ese pedazo de pared con vidrio que nos permite inmiscuirnos en la vida ajena de nuestros vecinos. Quizás no todo es lo que parece y algunos prejuicios caerán por su propio peso.