
El agua quemaba su piel, aunque imperceptible para el helado cuerpo que tomaba el baño. La piel comenzaba a ponerse de color rojo en la espalda, pero el frio interior de ese envase que era su cuerpo no lo percibía. Apenas lograba calmar el dolor de espaldas. Los trapecios son los primeros músculos que se contraen en situaciones de tensión, los primeros en hacernos sentir dolor, en avisar que no estamos pasando bien. Los trapecios los primeros, luego parece que algo baja por los brazos, como una electricidad que recorre el envase que es el cuerpo, con apariencia de frialdad, los brazos comienzan a tensarse, los músculos se contraen, los antebrazos se ponen cada vez mas rígidos y se comienzan a cerrar los puños y toda la fuerza, la tensión y la ira se concentran en nuestras manos y al mismo tiempo se comienzan a hinchar las venas del cuello, la sangre bombea aceleradamente, algo está sucediendo, algo que en cuestión de segundos puede hacer cambiar todo. El agua comenzaba a hacer su trabajo con los músculos, pero la tensión continuaba en el cuerpo, el mareo, el malestar, la mente nublada por la idea de perderlo todo. Las mil imágenes del momento crucial en el que consiguió su libertad no deseada. Las mil ideas y formas de buscar en todos los rincones de la mente, la manera de explicar, de hacerse entender, de ser comprendido, cuando ni siquiera el comprendía la totalidad de lo hecho. Con los ojos entrecerrados, como haciendo fuerza para soportar el insoportable dolor de cabeza, veía correr la sangre que parecía salir de sus brazos y que el agua hacia correr desde sus nudillos hacia el vacio, por donde corrían sangre y agua mezcladas, hacían un lugar desde donde no volverían. No podía sentir el dolor del puño contra los azulejos blancos, lo que hacía sangrar sus manos, lo que evidenciaba que aun había bronca en ese envase que era su cuerpo, la ira que había llegado de golpe, sin aviso aún continuaba mortificando el cuerpo. Como iba a hacer para decírselo a su esposa, que volvería de la fábrica solamente unos minutos después, como lo explicaría a su familia, a los amigos. Todos se sentían orgullosos de él, todos manifestaban un falso orgullo por su buen pasar. Todos eran cómplices, sin desearlo, de este desenlace. Todos y ninguno creía verdaderamente en la realidad que se había dado, pero la aplaudían como un triunfo, un logro personal al que todos apostaban que nunca llegaría por sí mismo, sin ayuda. Bastante bien estaba con que el pobre hubiese conseguido trabajo en el frigorífico, claro que nadie le recordaba que fue con la ayuda de su tío materno, quien tenía el cargo de gerente de comercio exterior en ese mismo frigorífico, desde hacia veinticinco años. Por supuesto que al comienzo no tuvo que trabajar en la línea de producción, ni matar a marronazos a las vacas, ni despellejarlas, trozarlas o envasarlas. Su tío también se había encargado de ponerlo en la administración, auxiliar administrativo, por lo que hacía cinco años y medio que liquidaba todas las facturas de los proveedores del frigorífico. Por supuesto que no estaba afiliado al sindicato, porque no gratis, había conseguido su ingreso y su puesto en la administración, lejos de los obreros sindicalizados del frigorífico, lejos de la línea de producción y de las vacas muertas a marronazos. Cinco años no eran pocos, cinco años pasando facturas, cinco años lejos de la línea de producción y de las vacas y los marronazos que mataban a las vacas. Así que se dio el lujo de creer que se lo había ganado y todos ayudaron en hacerle creer que lo merecía, que se lo había ganado con el esfuerzo de las horas extras, de los sábados. Se lo merecía por lo buen tipo que era, por venir los días de paro, por no afiliarse al sindicato. Llego el gran día, túnica blanca, casco y planilla, el nuevo capataz de línea estaba listo para iniciar su tarea, lejos del escritorio, las miles de facturas y las viejas alcahuetas de la administración. Más cerca de la línea de producción, de las vacas, de los marronazos y de los hombres que daban el marronazo. Se lo hicieron saber desde un comienzo sus superiores. Mano dura con esos. Se lo hicieron saber desde un comienzo sus compañeros. Vos carnero a nosotros no nos vas a ningunear. La felicidad de su ascenso, el creerse desde el principio la mentira, esquivando la realidad menos atractiva y su estúpido sentido de la responsabilidad lo empujaban diariamente a continuar. Pero el marrón, los marronazos y los hombres estaban más cerca y la cercanía de las cosas cambia la percepción y las perspectivas. El no era distinto, solo era un idiota mas. No se definía, no quería definirse, como todos, como uno más. Conoció las realidades, las verdades y las mentiras. Quiso estar por fuera y no pudo. Hablo con su esposa casi toda la noche, gesticulaba, actuaba cada una de las escenas de los últimos cinco años de su vida. Su esposa no lograba comprender que rumbo tomaría esta fantástica obra de la cual la persona que dormía a su lado era protagonista. Desconocía al personaje que se encontraba dentro de ese envase que era el cuerpo de su esposo, desconocía sus miedos, sus presiones, sus verdugos y su decisión de no conformarse más y enfrentar sus miedos, sus presiones y sus verdugos. Antes de llegar al final, preparo un mate y salió rumbo al frigorífico. Al llegar se detuvo delante del portón, aquella mole que se elevaba en la ladera del cerro representaba su cárcel y su libertad. Apretó los puños y se dispuso a unirse a sus compañeros que intentaban prender el fuego para resistir unidos el frío invierno.


